José María Arguedas: "Creo que hoy mi vida ha dejado por entero de tener razón de ser"
El 23 de junio de 1965, un día como hoy hace cincuenta años, se llevó a cabo en el Instituto de Estudios Peruanos la mesa redonda en torno a la entonces más reciente novela de José María Arguedas, Todas las sangres (1964). En la reunión, las críticas a la obra abrumaron a Arguedas, lo que minó su ya resquebrajada salud mental. Este y otros factores lo llevaron a tentar por primera vez el suicidio en abril de 1966, algo que finalmente logró en diciembre de 1969, luego de tres intensos años de escritura de la que sería su obra póstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). En estas breves líneas recogemos lo que escribió esa misma noche, luego de la reunión.
Creo que hoy mi vida ha dejado por entero de tener razón de ser.
Destrozado mi hogar por la influencia lenta y progresiva de incompatibilidades entre mi esposa y yo; convencido hoy mismo de la inutilidad o impracticabilidad de formar otro hogar con una joven a quien pido perdón; casi demostrado por dos sabios sociólogos y un economista, también hoy, de que mi libro "Todas las sangres" es negativo para el país, no tengo nada que hacer ya en este mundo. Mis fuerzas han declinado creo que irremediablemente.
Pido perdón a los que me estimaron por cuanto de incorrecto haya podido hacer contra cualquiera, aunque no recuerdo nada de esto. He tratado de vivir para servir a los demás. Me voy o me iré a la tierra en que nací y procuraré morir allí de inmediato. Que me canten en quechua cada cierto tiempo donde quiera se me haya enterrado en Andahuaylas, y aunque los sociólogos tomen a broma este ruego ―y con razón― creo que el canto me llegará no sé donde ni cómo.
Siento algún terror al mismo tiempo que una gran esperanza. Los poderes que dirigen a los países monstruos, especialmente a los Estados Unidos, que, a su vez, disponen del destino de los países pequeños y de toda la gente, serán transformados. Y quizá haya para el hombre en algún tiempo la felicidad. El dolor existirá para hacer posible que la felicidad sea reconocida, vivida y convertida en fuente de infinito y triunfal aliento.
Perdón y adiós. Que Celia y Sybila me perdonen.
José María
(El quechua será inmortal, amigos de esta noche. Y eso no se mastica, sólo se habla y se oye).
NOTA:
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