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El encuentro entre Borges y Porras Barrenechea y otras anécdotas del historiador peruano

Publicado: 2015-09-27

Raúl Porras Barrenechea es mucho más que el señor que aparece en el billete de 20 soles. Notable historiador, diplomático, político y maestro peruano, falleció tempranamente, un día como hoy de 1960, a los 63 años. Fue compañero de generación de José Carlos Mariátegui, Haya de la Torre, Jorge Basadre, y maestro de Pablo Macera, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Waldemar Espinoza, José Miguel Oviedo, entre muchos otros, que lo recuerdan con divertidas anécdotas y sobre todo admiración y reconocimiento. Hemos seleccionado a continuación cinco historias de este personaje fundamental de nuestras letras.


1.

Corría la primera mitad de 1918. Porras vivía en unos altos de la calle de Mariquitas (tercera cuadra del jirón Moquegua). Nos reuníamos en una salita con balcón a la calle. La escalera de mármol era estrecha y empinada. Sobre la mesa y en algunos rincones yacían muchos libros. Por lo general, nos juntábamos Jorge Guillermo Leguía, Guillermo Luna Cartland, Pablo Abril de Vivero, José Luis Llosa Belaúnde (que era novio de una de las hermanas de Porras, con quien casó después), Carlos Moreyra, José Quesada Larrea, Manuel Abastos, Víctor Raúl Haya de la Torre, Ricardo Vegas García y Jorge Basadre. Solíamos leer capítulos de libros y también artículos, y los comentábamos; además, cambiábamos opiniones, noticias y chismes. Una vez —lo ha contado Haya de la Torre en un polémico intercambio de cartas con Alberto Guillén (quien se unió al grupo en 1920)— se leyó allí el tiernísimo cuento de “Clarín”, “Adiós cordera”. Yo no asistí esa noche. Pero, antes de comenzar la reunión siguiente, Raúl me llamó aparte y me dijo: “Vamos a leer de nuevo ese cuento de ‘Clarín’, que tanto te gusta; cuando concluya, haz como que lloras: es una broma colosal”. Obedecí, curioso de saber a qué conducía todo eso. No bien empecé a gimotear, Haya se levantó y visiblemente enojado abandonó la casa. Me quedé perplejo. Luego me explicaron la “broma”. El lunes anterior, Haya no pudo contener las lágrimas, sinceramente emocionado con la lectura. Porras juzgó eso digno de risa y me tomó como honda de David para molestar a Víctor, sin querer herirlo, con absurda y pueril crueldad. Haya no supo nunca el origen de la escena, ni se lo he contado.

Luis Alberto Sánchez


2.

Tuve el privilegio de acompañar a Porras a Buenos Aires, con motivo de la transmisión del mando supremo en Argentina. Aparte de las ceremonias oficiales, le acompañé a algunas tertulias literarias. Recuerdo con efusión las dos visitas que hicimos a la familia Vogelius, tan vinculada en Lima. En el ambiente cordial de un hogar ejemplar, rodeado de las más variadas y exquisitas expresiones artísticas, tuvimos ocasión de conocer a dos prominentes figuras de la cultura argentina: Jorge Luis Borges y Alberto Mario Salas.

Jorge Luis Borges se impuso en aquella residencia, casi familiar de los Vogelius, por su continente austero y su charla en la cual puso algunas notas personales, referentes, principalmente, a su quebrantada salud: “Estoy casi ciego”, nos dijo, con voz grave a la par que serena, aunque transida de no disimulado dolor. En tanto, yo admiraba en él a uno de los príncipes de las letras hispanoamericanas: al celebrado autor de Ficciones, de “Historia de la eternidad”, Historia universal de la infamia, “La muerte y la brújula” y de Otras inquisiciones; obras en las que se conjugan con estilo personalísimo la literatura y la filosofía, marcadas todas ellas de un profundo sentido metafísico.

Venían a mi memoria, en tropel, sus penetrantes críticas sobre Coleridge, el poeta Keats, Oscar Wilde y Chesterton. A las preguntas respondía con frases breves, reveladoras de su formidable cultura nórdica.

Porras, dijo entonces, cuánta era la influencia de Borges en la literatura peruana; el interés creciente en la joven generación intelectual, y el nuevo rumbo que ella imprimía al pensamiento en el Perú y otros pueblos de nuestra América.

Borges solicita excusas para retirarse: su delicada salud y atenciones a su anciana e inteligente madre le impedían continuar entre nosotros. Y entonces, le vi marcharse apoyado en su bastón, mientras experimentaba la dolorosa impresión de ver a este escritor genial, que tanto ha enaltecido el pensamiento de nuestra raza, deslizándose por una pendiente ineludible.

Luis D. Espejo


3.

Amaba mucho a los niños, sabía atraerlos, hablarles, divertirlos, y por su parte se divertía con ellos jubilosamente. Tengo el grato recuerdo de cierta mañana en que fuimos juntos a un almuerzo en casa de Manuel y Marisa Mujica, llevando en el coche a tres chiquillas de 5 a 8 años, cuyos padres iban al mismo lugar en otro automóvil. Porras, gran amigo de las pequeñas, les había prometido una caja de chocolates si acaso durante el viaje a Chosica sucedieran dos cosas imaginadas por las presentes beneficiarias: una, que topáramos con un camión pintado de rojo, y otra, que se viera a una mujer sentada en una tapia. Eran de oír sus temerosas exclamaciones cuando parecía próximo uno de esos lances, sus voces de alivio al desvanecerse el peligro, y su risa continua, inocente, infantil, que le brotaba también por los ojos y le encendía más aún la faz rubicunda, mientras las niñas se reían como locas y argumentaban para conseguir de todas maneras los bombones.

Guillermo Hoyos Osores

Una de las últimas fotos de Raúl Porras Barrenechea, con EL POETA MARTÍN ADÁN (izquierda) y el librero editor Juan Mejía Baca


4.

Como orador público, Porras tenía un reconocido prestigio; cuando teníamos tiempo y nos daban acceso a las altísimas galerías públicas del Congreso, me embelesaba, junto con unos pocos compañeros, oyendo sus envenenados dardos e ironías contra los torpes argumentos jurídicos y políticos de los gobiernistas. Su verbo ácido y punzante a veces se traslucía en sus clases, cuando se burlaba de los arqueólogos, cuyas teorías a partir de huesos y utensilios le parecían casi fantasías novelistas: para él, la Historia comenzaba con la letra escrita. Cierta vez, este firme liberal entró, por buenas o malas razones, en un pacto con el jefe de la bancada odriísta, un crudo cacique de provincia llamado Julio de la Piedra. Al día siguiente del hecho, apareció en La Prensa —diario que encabezaba la oposición a la dictadura— una foto en primera plana en la que Porras y De la Piedra se abrazaban sonrientes. En el Patio de la Católica hizo este agudísimo comentario: “Ese fotógrafo me ha calumniado”.

José Miguel Oviedo


5.

Ingresó Javier [Heraud] por esa época en la Universidad Católica. Su examen obtuvo la calificación más alta. La universidad funcionaba por entonces en la plaza Francia. Los exámenes eran orales y se rendían ante una terna examinadora. El jurado que examinó a Javier estuvo presidido por Raúl Porras; yo integraba otro jurado junto con Augusto Salazar Bondy y Mario Alzamora Valdez. Esa noche, Porras comentó en su casa el examen de Javier: lo había impresionado la soltura con que el muchacho se expresaba, la espontánea elocuencia y, sobre todo el tamaño de sus manos. Los ojitos le brillaban a Porras mientras intentaba remedar, con sus manos chiquirrititas, las extraordinarias manos elocuentes del nuevo cachimbo. Y es que no era palabrero el candidato: era un chico que, desde el inicio, sabía qué se traía entre manos.

Luis Jaime Cisneros


Escrito por

Luis Rodríguez Pastor

Caramba sí, caramba no.


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