Tres cartas a Alfredo Bryce Echenique
Ningún escritor como Alfredo Bryce Echenique ha hecho tan suya aquella frase que afirma que uno escribe para que los amigos lo quieran más. La hizo suya en palabras y en actos, y tanto en sus libros como en artículos y cartas. Bryce Echenique es, antes que un escritor admirado, un escritor querido. Y esa querencia viene tanto de lectores como de escritores, entre los que ha alimentado el arte de la amistad a lo largo de sus muchos —muchísimos ya— años como escritor. El género epistolar ha sido su principal arma para desarrollar la amistad, extensa e intensa, con muchos escritores. Hemos seleccionado tres cartas dirigidas a él, en las que se aprecia con mayor brillo la manera cómo su amistad trascendió fronteras y circunstancias. Que este modesto aporte sirva como homenaje a este magnífico escritor peruano, que hoy cumple 77 años.
1. Julio Ramón Ribeyro
París, 25 de julio de 1977
Querido Alfredo:
Aprovecho una terrorífica lluvia de verano, que me tiene bloqueado en casa, para responder mis cartas, entre ellas la tuya, que me llegó esta mañana.
Antes que nada te agradezco la diligencia con que cumpliste nuestros encargos y me excuso una vez más por ello.
Como supones, Alida y Julito partieron ya de vacaciones rumbo a Capri, con escalas y estadas en Niza, Venecia y Roma. En consecuencia, cuando Alida llegue a Capri, le transmitiré la parte de tu carta relativa a su encargo, del cual yo no sé nada.
Claude estuvo hace unos días en casa, muy contenta, pues acababa de recibir carta tuya. Julito y Alexander la pasaron muy bien en el campo. Luego Alexander vino unos días a casa. Todos los días salía con Julito a Montparnasse, sea para ir al cine, para ver librerías, como gente grande. Estaban de lo más sobrados.
Yo he estado trabajando como una bestia en un guion de cine, por encargo de Pukará Cine S.A., que quiere adaptar un cuento mío a la pantalla. En estos últimos quince días he tenido que despacharme el guion. Ayer lo terminé, en verdadera carrera contra el reloj, pues tenía que ser presentado a los financiadores a fin de mes. Trabajo puramente alimentario, por el cual me pagarán algunos dólares, bienvenidos, en esta época de crisis general.
Chariarse partió para Lima hace unos días. Me pidió tu dirección, pero no se la di. De todos modos supongo que lo verás o que logrará ubicarte. Tuve una larga conversación con él en la cual “sentí” que “sabía algo”. ¿Qué? No te lo puedo explicar, pero sentí que me rozaba la sien el aletazo del gurú.
Me ha dado mucho gusto que visitaras a mi hermano Juan Antonio, con el cual estoy tan profundamente ligado, a pesar de la distancia. Cuando tengas algún tiempo libre llámalo o anda a verlo a su vieja y maravillosa quinta. Me complace que se hayan confabulado para que nos veamos en Lima dentro de unos meses. Yo haré todo lo de mi parte para poder viajar en octubre y noviembre.
Me dices que ves a Fico y a Ricardo. Dales mis más cariñosos saludos. Dile a Fico que en junio estuve en Agua Amarga, recordando aquellas lejanas vacaciones que pasamos juntos allí, y buscando inútilmente las huellas de nuestro paso, no quedaba nada, ni la casa donde nos alojamos, ni la vieja Isabel, ni los pobres pescadores. El turismo arrasó con todo. Con Ricardo estoy en falta, pues nunca le envié la carta de pésame que le escribí. No tenía en ese momento la dirección y cuando las cartas se dejan descansar nunca salen.
Parece que la situación en Lima no es muy buena. Últimamente leímos noticias alarmantes: paro general, muertos, represión, agitación. Yo recibí dos Caretas que me pusieron los pelos de punta. Trata de discernir qué cosa es lo bueno que hay en Lima y en el Perú y qué cosa es lo malo, si hay algo que es puramente circunstancial y detestable y algo más profundo y digno de ser vivido, soportado, querido. Yo ya no sé qué pensar.
Bueno, te dejo entregado a tus ocupaciones limeñas. Te encargo muchos saludos para tu mamá, que debe estar feliz, escribe unas líneas cuando puedas o quieras. Yo, soltero estival, voy a prepararme mi almuerzo y luego ver qué buena peli dan en el Barrio Latino.
Un gran abrazo de
Julio Ramón
2. Isabel Allende
8 de setiembre de 1986
Queridísimo:
Me encantan tus cartas, son como tú, un despelote. Vengo llegando de Brasil y encontré la última tuya. Si no estás en Cuba ahora, es que de verdad la Revolución te ha traicionado, pero igual contesto para no interrumpir este diálogo transoceánico. Desearía enviar mi carta a La Habana, pero no tengo tu dirección, y si el correo es tan eficiente como el envío de tus pasajes, seguro se pierde.
Me enamoré de Brasil. Allá hay que ir a instalarse, como hizo Manuel Puig. Es un país formidable, gente alegre, acogedora, relajada y simpática, como en el mejor balneario tropical, pero detrás de ese aparente carnaval perpetuo hay una tremenda organización. 130 millones de habitantes orgullosos de su nación, todo lo suyo es lo más grande del mundo y así se sienten, están fabricando bombas atómicas, cohetes espaciales y microcomputadoras en las universidades, las esmeraldas brotan del suelo como mala yerba, las mulatas de fuego se pasean buscando guerra por las playas, de las montañas bajan planeando hombres alados, unos ícaros con alas de murciélago que aterrizan en silencio sobre la ciudad. Dios santo, quedé deslumbrada. Estuve con intelectuales y artistas, gente mejor preparada, más culta y creativa que en cualquier país de Europa, sin la petulancia de los franceses o los argentinos, adorables. Nos invitó a cenar a su departamento uno de los hombres más ricos del mundo, alguien como para meter en novelas de realismo mágico, un gallego que empezó su carrera a los siete años repartiendo verduras en un mercado y a los nueve ya había contratado a un empleado. Hoy es dueño de refinerías de petróleo, barcos, bancos, etc. Tuve ocasión de entrar al baño y creo que el lavamanos era de oro puro, en todo caso el agua salía por la boca de una gárgola florentina en oro y plata, cuyas alas servían de manijas. Me hizo falta una llave inglesa para echarme aquella gárgola en la cartera.
En la Bienal de Sao Paulo me encontré con el público más receptivo que me ha tocado hasta ahora. Hubo gente parada en cola durante un par de horas para un autógrafo. La espera se debió a que cada persona me abrazaba, me entregaba una carta, un verso, un chocolate, una flor, en fin, cualquier testimonio de afecto, de modo que la fila no avanzaba muy rápido. Llegué al hotel tan conmovida, que pasé la noche despierta con el corazón galopando y una especie de miedo visceral. Siento que estoy flotando a mucha altura en una burbuja y que ésta puede reventar de un momento a otro, estrellándome contra el suelo. Creo que soy un bluff. La gente supone cosas buenas de mí y no soy capaz de cumplir con esas expectativas. Me hacen muchas preguntas políticas, obligándome a definiciones de las cuales no estoy segura… en realidad, no estoy segura de nada y comienzo a sentir pánico, quiero esconderme.
Mi tercera novela está detenida hasta que regrese de Alemania en octubre, porque no puedo retomarla ahora. Mi madre viajó de Chile, la discutimos descarnadamente y ahora tengo que trabajarla más. Es bueno tener alguien como ella para confrontar un texto, alguien que sirva de espejo y me obligue a ir hasta el fondo de mis intenciones. Yo escribo por instinto, lleno páginas y páginas sin razonarlas mucho y después necesito que alguien me ponga freno, porque si no me pierdo en las anécdotas laterales.
En esa cena en la casa del lavamanos de oro había varios escritores y se habló del placer y el dolor de escribir. Yo era la única que consideraba una fiesta la escritura y que me siento ante la hoja en blanco con la actitud de quien va a hacer el amor en una sábana recién planchada. Los demás hablaron del desgarramiento de escribir… supongo que por eso me siento un bluff, porque yo no sufro nada, lo paso fantástico. No es justo, ¿verdad?
Te imagino en Cuba, echado en la arena mirando el cielo con ojos mansos y bigotes salados, pensando cuentos y escribiendo indisciplinadamente, como debe hacerse, a fin de cuentas. Un día volverás a Barcelona, fría, gris, hermosa y medieval y allí estará esperándote esta carta entre una pila de otras. Un beso largo hasta entonces.
Isabel
3. Augusto Monterroso
México, 6 de febrero de 1987
Queridísimo Alfredo:
Me acaba de llegar Magdalena peruana, que leo con el gran placer que siempre me deparan tus libros, por cierto cada vez más llenos de sabiduría literaria, y de la otra, la de la vida. No tengo el gusto de decirte que la dedicatoria a Bárbara y a mí de uno de los cuentos, ese “Desorden en la casita” tan tierno y misterioso, que la dedicatoria, te decía, me haya sorprendido. No hay misterio adicional: el buen Pepe Durand, que recibió el libro mucho antes que yo, se apresuró a llamarme desde San Francisco (lo que le cuesta siempre unos cuarenta dólares) para contármelo, feliz también con su magdalena, que le haría recordar a saber qué cosas. Mil gracias, Alfredo, ya sabes que te queremos mucho. Y que no hay día que no salgas en nuestras conversaciones con amigos, comunes o no.
A propósito. Hay algo pendiente contigo. Y son los cuatro artículos que me enviaste para publicar aquí, y de los que no te he dado noticias. Hay esto: Fernando Benítez dejó el sábado de uno más uno en los días en que me llegaron. Yo se los di y ahora resulta que no sabe en dónde los puso y habrá que darlos por perdidos. (Acabo de interrumpir, te juro, por llamada de Pepe desde Berkeley). Pero lo que te quiero decir es lo siguiente: Fernando dirigirá ahora el suplemento cultural del diario La Jornada, suplemento que han remodelado especialmente para él y empezará a salir a fines de este mes. Estoy seguro de que a él le interesaría mucho publicar cosas tuyas, si bien hasta ahora no sé cuánto pagaría; en todo caso, poco, ya sabes de lo que se quejan siempre. Así, pues, me ofrezco a ser tu intermediario, antes de darte la dirección de Benítez, pues nosotros saldremos para Madrid-Barcelona-Granado-Marruecos en los primeros días de abril, o a mediados de abril. No te pido disculpas por la pérdida de los artículos porque, ¿qué podría esperarse si tú perdiste un libro inédito de cuentos? Pido a los dioses que estés allí cuando lleguemos a Barcelona.
Un gran abrazo
Tito
Publicado originalmente en:
Las tres cartas han sido tomadas del archivo personal de Alfredo Bryce Echenique y publicadas en el valioso libro-homenaje Alfredo Bryce Echenique. Una vida de novela (Aguilar, 2009). Las páginas señaladas corresponden a la citada edición: Juan Ramón Ribeyro (pp. 72-73), Isabel Allende (pp. 76-77) y Augusto Monterroso (p. 81).