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herta cárdenas  y carlos gassols en la obra 'los días felices', en el teatro municipal (1951) / Tomado del libro de carlos gassols 'mi vida en el teatro' (2015)

Los días felices de Herta Cárdenas

Publicado: 2016-03-17

Hoy falleció Herta Cárdenas, una de las actrices más respetadas y de mayor trayectoria en el Perú. Con más de sesenta años de trabajo artístico, es recordada por sus distintos papeles en teatro, cine y televisión. Compañera de toda la vida del veterano y extraordinario actor Carlos Gassols, con quien compartieron múltiples trabajos desde el inicio de su carrera. En este fragmento —publicado en el reciente libro Mi vida en el teatro (2015)— su compañero recuerda una de las primeras obras en las que compartió escena con la actriz, y no pierde ocasión para recalcar el amor y admiración que se tenían mutuamente.


De mis gratos recuerdos de las temporadas teatrales de la ENAE evoco con facilidad la puesta en escena de la comedia Prohibido suicidarse en primavera, de Casona, y de la pieza juvenil Los días felices, de Puget. Ya he hecho referencia de ambos trabajos. Ahora, sin embargo, me asalta el recuerdo del éxito que significó Los días felices para la ENAE y para Herta Cárdenas, al decir de la crítica periodística que apareció en El Comercio. El buen trabajo del conjunto y la enorme simpatía que Herta imprimió a su personaje Isabel Laprade, y que derrochó en el Teatro Municipal, contribuyeron para que esa delicada pieza teatral fuera recordada durante mucho tiempo. La escenificamos a comienzos de la década de los años cincuenta, y veinte años después Washintgon Delgado, en la cafetería de la ENSAD, me dijo “qué bien estuvieron todos ustedes en esa comedia tan linda, Los días felices, que hicieron en el Municipal, todavía me acuerdo de Herta Cárdenas y de los aplausos del público a ella”.

Es un grato recuerdo. Pienso que la atinada dirección de Mario Rivera, la interpretación eficaz del elenco, y la belleza y sencillez del texto fueron elementos propicios para el éxito de Herta, que fue un torbellino de alegría, y con su juventud y talento dio encanto a su personaje Isabel Laprade. Participamos en ese montaje Pepe Velásquez, que compuso un personaje de galán (sin ser él un galán) apelando a su simpatía y carisma y a su excelente dicción y belleza de su voz (muy parecida a la del famoso actor de cine Charles Boyer); Ruby Romero, una alumna que pese a su juventud tenía lo que suele llamarse ‘presencia escénica’; mi hermano Fernando, con un personaje alegre, juguetón, bromista, que no le dio mayor trabajo para lograrlo (en realidad, su problema siempre fue que tenía características físicas y apostura de galán, pero en ese rol se sentía incómodo y tenso, en cambio era suelto, seguro y muy convincente en los roles cómicos); Sonia Seminario, que hizo con gran propiedad el rol de una jovencita seria y romántica; y yo, con un personaje que era hermano del que hacía Fernando (mi hermano en la vida real). En la comedia, Fernando (su personaje) era muy ‘movido’ y se dedicaba a burlarse o molestar (en buena onda, claro) a las chicas, y frente a Isabel Laprade yo (mi personaje) era un adolescente enamoradilla de ella, y ella de mí.

A todo el elenco de Los días felices resultó grata la experiencia; mucho más a mí, por el éxito de Herta. En los días que terminaba este libro se lo recordé y ella me devolvió el piropo refiriéndome su satisfacción cuando, como integrante de la Compañía Nacional de Comedias, yo acudí al llamado de Luis Álvarez y Guillermo Ugarte Chamorro para hacer el papel de Lalo Figueres en la comedia Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, y el éxito ante el masivo público del Campo de Marte fue tal que —según Herta, claro— si yo hubiese candidateado a lo que fuese habría ganado porque tenía el apoyo de esa multitud, al menos así lo había leído ella en un diario muy influyente. “Te veían como a un ídolo”, me dijo.


Publicado originalmente en:

Carlos Gassols, Mi vida en el teatro, Lima, Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2015, pp. 148-149 


Escrito por

Luis Rodríguez Pastor

Caramba sí, caramba no.


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