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Mario Vargas Llosa en fotografía hecha especialmente para este reportaje / Fuente: revista Oiga N° 75, 14 de mayo de 1964, p. 13

Tres reportajes y un novelista (1964)

Publicado: 2016-03-28

Hoy Mario Vargas Llosa cumple 80 años y ha sido motivo de celebración y conmemoración en muchos espacios de prensa y cuentas personales en redes sociales. Nosotros ya lo hemos recordado en más de una columna (en torno a su apoyo a las guerrillas de 1965la muerte de Carmen Balcells y a su amistad con García Márquez), pero no queremos dejar pasar la oportunidad de celebrar a nuestro modo: recuperando un viejo texto olvidado.

Esta entrevista realizada por tres periodistas peruanos es probablemente la primera que otorga Vargas Llosa luego del salto a la fama que significó la publicación de su primera novela, La ciudad y los perros, en octubre de 1963 (le gana por tres semanas a la famosa entrevista que le realiza César Lévano, publicada en Caretas). Era la primera visita de Vargas Llosa al Perú desde el lanzamiento de la sonada novela, y el joven escritor era motivo de interés general, a pesar de que poca gente había leído entonces la novela. La lectura masiva y posterior escándalo vendría con la publicación de la edición peruana de la novela, editada por Populibros y lanzada a la venta el 1 de setiembre de ese año.

El Vargas Llosa que da esta entrevista acaba de cumplir 28 años, tiene publicados un libro de cuentos (Los jefes, 1959) y una novela, y tiene en proceso una nueva novela, La casa verde, que publicaría dos años después, días antes de que nazca su primer hijo, Álvaro. Precisamente, ese viaje al Perú le serviría para realizar una nueva incursión a la selva, acompañado nuevamente por su amigo el antropólogo José Matos Mar. En ese entonces acababa de separarse de su primera esposa, Julia Urquidi, y nadie sabía que estaba a punto de ocurrir la tragedia del Estadio Nacional, diez días después.

A pesar de su juventud y el todavía poco roce mediático, Vargas Llosa demuestra una personalidad que se ha sostenido con el tiempo: ideas firmes, respuestas rápidas y lúcidas, enterado de lo que ocurre en la realidad real y en la realidad ficticia, convencido de sus ideas y defensor a muerte de ellas. Esta entrevista también tiene el valor de conocer una faceta ahora olvidada del escritor, que es la de sus convicciones socialistas y su fe en la revolución "a la vuelta de la esquina".

Lo que vendrá después es una historia tan larga que en este largo prólogo no conviene contar. Solo nos queda decirle a Vargas Llosa: Gracias por entregarnos una obra imprescindible. Feliz día.


Tres reportajes y un novelista

La llegada de Mario Vargas Llosa a Lima de la que se fue en silencio para volver convertido en figura literaria de dimensión mundial, nos sugirió la necesidad de hacerle una entrevista. Pero, Vargas Llosa no solo es escritor, sino fundamentalmente hombre y hombre joven Para tratar de situarlo, hasta donde sea posible en la brevedad de una entrevista, en todas sus dimensiones hemos recurrido a la entrevista múltiple. Blanca Varela, Carlos Ortega y Sebastián Salazar Bondy son quienes han tratado de dibujar los perfiles de una interesante personalidad como la de Mario Vargas Llosa. 

La modalidad empleada ha sido la del llamado “panel”, es decir, una pregunta y una repregunta en cada vuelta por reportero. Los tres, luego, redactaron su propia entrevista.

Los dos Vargas Llosa

“El intelectual en los países subdesarrollados tiene una función: hacer una crítica de la realidad”. ¿De qué realidad hablamos?

Para Vargas Llosa la realidad parece ser un material de diferentes calidades. A medida que habla la va desdoblando, como un muestrario de variadas texturas, y la crítica (¡vaya si la crítica!) con un tono grave y dulce a la vez, casi impropio de sus 27 o 28 años.

“Es muy difícil hablar de la juventud como una cosa abstracta”. “Tiene los vicios y las virtudes inherentes a su clase social, y esto en todas partes del mundo”. Pero, ¿qué espera de la juventud Vargas Llosa? Todo. Es el elemento más dinámico. Lo bueno y lo malo saldrá de ella: “Existe también una juventud reaccionaria”.

¿Un escritor de un país subdesarrollado tiene que producir una literatura propia de su medio? ¿Es pertinente que un escritor de un país subdesarrollado produzca una excelente novela “experimental”, que inclusive abra nuevas y ricas posibilidades a la novelística en general?

El autor de La ciudad y los perros no tiene dudas al respecto y responde sirviéndose a maravilla de su tabla de realidades.

“La literatura opera sobre la realidad en cámara lenta. Hay una realidad inmediata sobre la cual el artista tiene que actuar como un ‘ciudadano corriente’”. Vargas Llosa está convencido de que la revolución, la transformación de un país como el nuestro, por ejemplo, no se puede hacer con libros. “La literatura militante ha fracasado”.

Un escritor de un país subdesarrollado puede escribir lo que le plazca. Pero un escritor de un país subdesarrollado es también un ciudadano de una sociedad que necesita cambiar. Más que eso: “El cambio está a la vuelta de la esquina”. (Si no lo dijo con estas palabras, que nos perdone las comillas).

Vargas Llosa está ciento por ciento comprometido con la realidad inmediata, pero confiesa su vocación de “francotirador”. Entrar en un partido político determinado mermaría su libertad individual, que considera su mejor riqueza y la mayor garantía de que insistirá en su actitud de seguir comprometido con esa realidad que quiere afrontar como hombre común y corriente.

¿Y qué hay de la otra realidad, de la que no hace revoluciones a plazo fijo? “Tiene un sentido muy vasto —responde Vargas Llosa y hace un gesto circular, generoso, con las manos—. No es la histórica y social. Es la realidad de los mitos”.

Cita, sin embargo, al del escritor que opera en los dos tipos de realidad con éxito (“pero son casos especiales”, agrega). Alejo Carpentier hace literatura mítica de primerísima calidad y es un irreprochable militante político. Seguramente para él, como lo ha expresado Vargas Llosa, “lo inmediato no es importante en una obra literaria”.

Pero hay el asunto del “tema”. Un escritor puede escogerlo, y por lo general lo hace, dentro de su propia circunstancia. Así el tema de un novelista latinoamericano posee casi siempre un género de salvaje virginidad, que aunque esté enunciado con un lenguaje y una técnica universales, sorprende por su vitalidad que rebasa y hasta oculta la estructura formal en que está soportado.

Vargas Llosa acepta: “Es posible que sea el ‘tema’ el que dé la tónica de la novela latinoamericana”. Pero inmediatamente saca a relucir la contraparte: Borges. “El descubrimiento de Borges fue importante para los franceses”.

“Y Rayuela, de Cortázar, es una novela formidable. Tiene una técnica sorprendente”. (Lo que también es formidable es la capacidad de entusiasmo de Vargas Llosa).

Total, ¿qué hemos sacado en conclusión?: pues que hay dos Vargas Llosa. El de la realidad inmediata, que cree en el socialismo, que se indigna gravemente con la injusticia y que tiene fe en el futuro porque el cambio está en el aire que respiramos. Y el otro Vargas Llosa, que bucea en la profunda realidad, que la “crítica” no para mañana sino para siempre, que la atesora y denigra, que la persigue a través de páginas y páginas tal vez porque cree que en esa especie de guerra a muerte reside toda la razón de una vida como la suya.

Blanca Varela


Una generación ante sí misma

Apenas nos hemos sentado en torno a Vargas Llosa tengo la impresión de que la entrevista va a adolecer de convencionalismo y rigidez: todo me parece demasiado premeditado. Él sonríe. Me pregunto si son sus dientes de roedor o sus ojos alegres los que procuran a su rostro ese gesto franco y abierto que despierta, de inmediato, la simpatía.

Ortega inició la sesión. Hizo su pregunta y nuestro entrevistado se puso serio. Su palabra no vaciló y, en ella, las ideas se perfilaron rápidamente. Es un estilo: dice primero como un borrador y enseguida lo pule, lo precisa, lo pasa en limpio. Aseveró algo cierto: que la juventud no es una abstracción y que en un país, en el Perú concretamente, hay tantas juventudes como clases, grupos sociales y formas de vida. Se refirió a la misión que esas juventudes tienen en la necesaria transformación del Perú. Apunté esto último: “Transformación del Perú”, porque de ahí me iba yo a agarrar.

Cuando Blanca, a su turno, lo interrogó acerca de la literatura latinoamericana en relación con la literatura europea, Vargas Llosa ya estaba completamente seguro. “En Europa el escritor encuentra una realidad cerrada —dice— en tanto en América la realidad todavía es virgen”. Eso determina, a su juicio, la diferencia sustancial en los temas, porque las técnicas son “instrumentos de captura” y, por ende, son universales.

Y llega mi oportunidad. “Has aludido —le digo— a la transformación del Perú… ¿Transformación de qué”. No tarda. “Estoy convencido de que la única solución para el Perú es el socialismo, pero un socialismo que aproveche las experiencias y supere el Estado policial. El primer postulado de ese socialismo es fundar una sociedad planificada, en la que prevalecerá la libertad creadora…”. (Pienso que el macartismo criollo no le va a perdonar estas convicciones y prefiero que la encuesta dé una vuelta más, porque, de otro modo, entraremos de rondón en los terrenos absolutamente vedados).

A estas alturas mi impresión inicial sobre el curso de nuestra reunión ha cambiado. Vargas Llosa inspira confianza y, sobre todo, no oculta nada. Su naturalidad posee la conversación. Ortega ha mencionado La ciudad y los perros y alude a los jóvenes que en la novela aparecen. Le pregunta si ellos entrañan su concepto de la juventud peruana. El novelista aclara puntualmente el problema: esos jóvenes viven una crisis y esa crisis proviene de una situación. Por ende, es necesario cambiar esa situación. Blanca, enseguida, le pregunta si el interés de Francia por la literatura de nuestro continente se debe a la literatura misma o al interés general de Europa por el “caso latinoamericano”, y Vargas Llosa admite que al interesarse por nosotros los franceses se han interesado también por ese aspecto de nosotros que es nuestra literatura.

Él me había dicho que había que transformar el país. “¿Y el escritor —le consulto—, cómo debe contribuir al logro de ese cambio?”. He aquí la respuesta: “El compromiso del escritor es igual al de cualquier ciudadano; no envuelve a su obra porque su obra opera solo parcialmente. Hay escritores que han podido conciliar literatura y militancia política. No es mi caso. Si lo hiciera sentiría mi libertad mutilada. Prefiero el papel de francotirador, pero sin convertirme en pieza de un partido”. Sé, pues, lo ha dicho ante uno de mis compañeros de “panel”, que el compromiso del escritor es con la realidad, que, además, es varia, fluyente, compleja. Entiendo perfectamente entonces su punto de vista: compromiso literario con la realidad a través de la literatura, de la creación, y compromiso político con la realidad a través de la política, pero con precedencia de la creación sobre la acción. “Salvo en la hora decisiva”, me aclaró después cuando sinteticé su respuesta tal como queda transcrita.

Ortega pregunta sobre la influencia de los modelos extranjeros y cosmopolitas sobre la juventud actual. Le preocupan a mi colega los “rocanroleros”. Vargas Llosa se refiere a los influjos nocivos del individualismo, del interés puramente material, del conformismo y de la pérdida del concepto humanista de la vida, pero sinceramente confiesa: “No tengo ideas muy claras sobre el asunto”. En cambio, las tiene sobre el Nouveau Roman, sobre el cual le pide opinión Blanca. El joven escritor declara que no es enemigo de que en América Latina se experimente con las nuevas técnicas (cita Gestos del cubano Sarduy como un ejemplo de Nouveau Roman en el continente), aunque afirma que esa tendencia “todavía no se ha dado una gran novela”.

“Te has referido a la inevitabilidad de la transformación del Perú —le planteo para terminar—, pero, ¿qué te hace suponer esa inevitabilidad?”. Tampoco ante esto Vargas Llosa se arredra. Sin prisa, pero también sin vacilación, me dice: “Claro que las leyes de la historia no son exactas, pero es evidente que estamos contemplando en todo el mundo el paso histórico de la humanidad de una sociedad a otra”. Y estamos de acuerdo, como lo hemos estado desde el principio de la entrevista. En realidad, si nos hubiéramos sentado en un café, en torno a sendos “express”, y hubiéramos conversado sin finalidad periodística de los mismos temas del interrogatorio. Un acuerdo esencial nos hubiera convertido a los cuatro en reporteros en reporteados.

Ahora, ante la máquina me pregunto si ha sido Mario Vargas Llosa el que ha contestado nuestras preguntas o si es toda una generación la que por su intermedio y el nuestro se ha ratificado ante sí misma en esas convicciones que le han madurado profundamente entre la desesperación y la esperanza.

Sebastián Salazar Bondy


Juventud y responsabilidad

Nada hay que se parezca más a un perro de caza que un periodista en acecho. Pero esta vez no se trataba de un “cazanoticias” en busca del suceso insólito o del hecho saltante en el diario acontecer. Éramos tres periodistas tranquilamente sentados frente a un joven y gran escritor peruano: Mario Vargas Llosa, luego de algunos años, nuevamente zambullido en la realidad ambiental que despertó en él sentimientos e inquietudes canalizadas luego por la técnica y el estudio. Mario Vargas Llosa nuevamente disfrutando y padeciendo esta ciudad y sus perros.


Vargas Llosa y la juventud

Míralo frente a mí, con su impecable terno de corte europeo, tornó estériles todos los esfuerzos que hice para imaginármelo embutido en el recargado y chillón atuendo de su época de cadete de Leoncio Prado. Ahora, en frío, reparo en que no fue precisamente su vestimenta la que me impidió jugar con mi imaginación, sino su palabra libre, madura, sincera, lejos de toda estereotipia, de toda esquematización mental, de todo convencionalismo disfrazante e hipócrita, los que, finalmente, me hicieron desistir de mi personal y secreto empeño.

—¿Qué esperas de la juventud peruana como entidad vinculada estrechamente con el futuro del país?

—Es muy difícil hablar de juventud en abstracto. La nuestra, como cualquier juventud, no es de todo modo alguno homogénea. Está dividida de acuerdo al medio social en el que vive y actúa. Su mentalidad y su actitud difieren en tanto pertenece al proletariado, al campesinado, a la clase media, etc. Pienso sí que la juventud es siempre el elemento más dinámico de la sociedad, aunque no necesariamente progresista. (Tal el caso de la OAS francesa que representa más bien el resurgimiento de las tendencias fascistas).

Vargas Llosa medita mientras enciende un cigarrillo negro, de los mismos que llevaba escondidos en la gorra, cuando tenía que cumplir con la rigidez del Colegio Militar. Aprovecho para obviar la repregunta a que tengo derecho, dentro de la modalidad de “panel” que acordamos emplear…

—¿Tienes fe en esa juventud?

—Sí la tengo. La juventud peruana, con todas las virtudes y a pesar de todos los vicios de los estratos sociales a los que pertenezca, está llamada a ocupar un primer plano en la inevitable transformación del país.

Vargas Llosa ha hablado de transformación. Me duele quedarme rumiando las mil preguntas que la palabra me sugiere. Sebastián sonríe mientras un deleite rítmico mueve su lápiz al anotar la palabrita que le servirá de base para hacer la pregunta que la antipática modalidad de entrevista me acaba de arrebatar de las manos.

Mientras Blanca hace sus preguntas, mi pensamiento vuela en busca del “serrano” Cava, del Jaguar, del “pituco” Alberto y del Esclavo, aquellos personajes que tan nítidamente cinceló la pluma del escritor. Los veo universalizados como símbolos, valederos en cualquier latitud, de la juventud tipificada de acuerdo a la estratificación social. Los veo, con claridad, sumidos en su angustia, ahobados por su ámbito vital, por su realidad, pero aferrados firmemente a sus esperanzas, al irreductible amor por la justicia y la verdadera libertad, que subyace aún tras aquella “refinada y desinteresada perversidad” de la que nos habla José María Valverde en el prólogo de la novela de Vargas Llosa.

Repasaba mentalmente un párrafo, muy vinculado con mis propias vivencias que narra la llegada del niño a una ciudad extraña, indiferente, inhumana… “El automóvil avanzaba ahora despacio: veía vagas casas, luces, árboles y una avenida más larga que la calle principal de Chiclayo…” cuando me llegó el turno de preguntar de nuevo… Borrosamente escuché hablar de socialismo.

—En tu libro planteas una crisis en nuestra juventud. ¿En qué forma debe enfrentarse esta crisis y superarla?

—Esta crisis es producto de la situación económica que vive el Perú. Es producto de la desigualdad, de la injusticia, del desnivel socioeconómico, de la indiferencia y el egoísmo, de un estado de cosas que precisa ser cambiado. Esa es, en realidad, la única solución posible para esa y todas las crisis que padecemos como país subdesarrollado: la transformación de las actuales estructuras, el cambio sustancial de la actual situación económico-social.

—¿Una juventud como la nuestra, en crisis, será capaz de desempeñar el papel que le toque en un proceso de transformación profunda?

—Nuestra juventud no padece taras congénitas. Padece una crisis y precisamente el padecimiento de esa crisis provee de la energía necesaria para luchar por la transformación. Solo hace falta capacitar a esa juventud para un posterior papel. La Revolución peruana la harán los sectores en servidumbre, que son los motores de toda transformación. La Historia lo enseña así. Nuestra juventud, por más que esté alineada, no está condenada por ello al inmovilismo. Esto es definitivo…

Las otras preguntas que le hice, sobre el “rocanrolerismo” y las influencias negativamente cosmopolizantes que Vargas Llosa criticó como influjos encaminados a alentar el individualismo, el conformismo estatizante, la ambición puramente material y el desdén por la cultura, se me quedaron en el borrador. Después de todo, éste era el Vargas Llosa que esperaba, que deseaba, que necesitaba escuchar. Era el Vargas Llosa, como yo, como muchos: joven. ¡Nada más!

Carlos Ortega


Publicado originalmente en: Blanca Varela, Sebastián Salazar Bondy y Carlos Ortega, "Tres reportajes y un novelista", revista Oiga N° 75, 14 de mayo de 1964, pp. 12-14.


Escrito por

Luis Rodríguez Pastor

Caramba sí, caramba no.


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