El testimonio de Oswaldo Reynoso en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos (Arequipa, 1965)
Ha muerto Oswaldo Reynoso. Todos los que lo hemos leído estamos de luto, y no es casual: no era necesario conocerlo para ser su amigo, para quererlo y hacerlo parte del equipo de escritores que nos acompañan siempre, con frases, citas, imágenes, y también con sus declaraciones: lúcidas, honestas, directas, polémicas. Con él se va un eslabón vital de la generación del 50, por su renovación temática, por su descubrimiento de otros linderos de la ciudad y sus nuevos y viejos habitantes. Probablemente la conmoción de muchos (entre los que me incluyo) ante su sorpresiva partida se deba a que lo creíamos eterno. No reparábamos en que era un señor de 85 años porque no daba esa impresión, y estábamos acostumbrados a verlo en distintos actos, en todas las ferias, en todos los auditorios, sin distinción. Hasta hace menos de un mes lo vimos y compartimos con él en la clausura de la Bienal Vargas Llosa (en la que se le acercaron varios escritores peruanos y extranjeros, entre ellos Gioconda Belli y otros).
Ahora Oswaldo se ha ido y lo vamos a extrañar, mucho. Pero nos acompañarán para siempre sus libros, que hizo con la misma honestidad con la que compartía sus testimonios. El que compartimos a continuación es uno de los más valiosos, por ser el de un escritor que hasta entonces solo había publicado dos libros —el poemario Luzbel (1955) y el inolvidable libro de cuentos Los inocentes (1961)—. y por las experiencias que cuenta. Su segunda novela, En octubre no hay milagros (1965), estaba a punto de aparecer e incendiar la pradera. Encontramos en este testimonio a un joven escritor de 34 años que ha vuelto a su tierra natal a agradecerle por lo que le enseño, porque esa fue una de sus consignas de vida: compartir lo aprendido.
Gracias, Owaldo. Hasta siempre.
Tercera sesión. Intervención de Oswaldo Reynoso
Tengo que confesar que me ha sido un poco difícil organizar las ideas para que esta pequeña presentación tenga cierto orden. En realidad, hay una serie de recuerdos, de experiencias y hay mucho que decir. Vuelvo a Arequipa después de un año. El año pasado también estuve aquí unos cuantos días; en realidad, estoy fuera de Arequipa desde el año 1952. El reencuentro con mi ciudad ha sido bastante provechoso y creo que mi próxima novela, en cierta forma, va a tratar o va a estar ambientada en la ciudad de Arequipa.
Yo nací en la calle La Maestranza, que actualmente se conoce con el nombre Dean Valdivia, luego pasé mi infancia en el barrio de San Lázaro; seguramente la infancia que he tenido es igual a la infancia que han tenido casi todos ustedes: bañarse en la Quinta Grau, ir a Chilina, estudiar en Selva Alegre, y enamorar un poco a las “golondrinas” [alumnas del Colegio Nacional]. Sin embargo, hay un recuerdo que va a ser muy difícil que se borre de mi memoria. Precisamente hace quince años tuve esta experiencia fundamental para mi vida. Es una gran coincidencia que esta experiencia se haya realizado en todos estos días, en los días del mes de junio. Me refiero a la revolución contra la dictadura de Odría; fue la primera vez que vi morir a un hombre violentamente y tal vez, también, seguramente, con alguna bomba molotov lanzada por mis manos murió en otra persona, no sé, pero fue una experiencia bastante fuerte. Quiero recordar que el año pasado en una pequeña cantinita de Huanta, me encontré con un señor chofer que me dijo que había estado en Arequipa el año 50, el 13 de junio, que en ese entonces él era soldado y que realmente (me dijo) había tenido miedo a la muerte, como yo también tuve miedo a la muerte, y que él no sabía por qué tenía que disparar. Seguramente, el 13 de junio de 1950, si me hubiera encontrado me hubiera matado, y si yo me hubiera encontrado con él a lo mejor también lo hubiera matado: esas son las cosas que suceden en nuestro país, en donde la gente pelea, la gente del pueblo pelea en un bando y otro bando, por cierto, en el fondo, la gente del pueblo quiere lo mismo. Luego viajé a la ciudad de Lima, estudié en La Cantuta, en La Cantuta también viví una gran experiencia, porque ahí tuve la oportunidad de conocer a Manuel Moreno Jimeno, quien me inició en la literatura y en la vida, es por eso que la novela que voy a publicar en el mes de agosto, que se llama En octubre no hay milagros, está dedicada a Manuel Moreno Jimeno. Luego, al egresar de La Cantuta, el gobierno de Odría se negó terminantemente a darme trabajo, y por suerte, una cosa paradójica, fui profesor en el Colegio Marista de San Isidro. No pude terminar el año, me botaron del colegio por haber intentado organizar el sindicato de profesores de colegios particulares; menos mal que tuve la suerte de ser profesor de La Cantuta, donde se realizó una maravillosa experiencia educativa en el país que creo va a ser muy difícil que vuelva a repetirse. Esta experiencia, desgraciadamente, fracasó: el año 60, por defender la autonomía de La Cantuta, que en el fondo realzaba la significación del maestro peruano, también a muchos profesores nos botaron de La Cantuta. Ahora estoy en la Universidad de Huamanga: creo que en este momento esta Universidad es uno de los últimos reductos de libertad que quedan en el país. Ojalá que no se pierda este reducto, porque de perderse seguramente tendrán que botarme de la Universidad de Huamanga (risas).
En lo que se refiere a mi actitud como hombre y como escritor, he de decir que yo estoy por la violencia, pero no una violencia irracional, sino una violencia inteligente, organizada, para cambiar el país. Las otras posiciones de reforma lenta o paulatina o de revoluciones pacíficas, en mi concepto personal son engañifas: la única solución para el país es la violencia, menos mal, que ya estamos entrando en esta etapa. En lo que se refiere a mi creación literaria, creo que es una consecuencia directa de mi actitud vital, es una consecuencia directa de mi actitud vital porque yo no puedo explicar a un escritor comprometido con su país que simplemente tenga un compromiso teórico; yo creo que el escritor comprometido con su país necesariamente debe tener una militancia política, no una militancia de politiquería, sino una militancia política, militancia política en el sentido de estar adherido teórica y prácticamente con una ideología, eso es militancia política, lo demás, el estar un día con Mujica, con Prado, con Odría, etc., eso para mí no es tener militancia política. No quiero extenderme más en este prólogo, quisiera decir muchas cosas, pero en realidad no puedo ordenar estas ideas porque me siento un poco emocionado. Además, creo que a un escritor se le conoce por su obra y por su acción vital.
Voy a leer algunos fragmentos de la novela que seguramente, si es que las condiciones del país siguen igual a las de hoy día, se pueda publicar; de lo contrario, no sé dónde podré publicarla. Me refiero a mi novela En octubre no hay milagros. La trama de la novela es muy sencilla: se trata de una familia de clase media proletarizada, el padre ha trabajado muchos años en el Banco, la familia está formada por el padre, la madre, una hija que trabaja en un establecimiento del centro Multiplix, el hijo que se ha presentado a la Universidad de San Marcos pero ha sido desaprobado, su padre quiere que sea doctor, y un hermano menor —“El zorro”, sobre el cual voy a leer un capítulo—, que es un estudiante de una unidad escolar de Lima. Esta familia ha vivido por espacio de muchos años en el departamento de una quinta; pero esta quinta ha sido comprada por una gran empresa, entonces esta gran empresa ha decidido traer abajo la quinta para levantar un gran edificio y ha sobornado a esas juntas que determinan si una casa es ruinosa o no y esta comisión ha determinado que la casa sí es ruinosa; en consecuencia, esta familia tiene que salir, el padre está buscando casa, no encuentra, y el último día que le queda, que coincide justamente con la procesión del Señor de los Milagros, este señor busca casa por todo Lima. Hay otra seria de problemas: esta historia va en contrapunto con la del dueño del Banco donde trabaja aquel señor, que al mismo tiempo es dueño de la empresa que ha comprado y que va a levantar el edificio, dueño, igualmente, de muchos edificios de Lima de alquiler, así como un gran político, no gran político por su inteligencia, sino por su poder económico y que está tramando la caída del Gabinete; en realidad, la desgracia de esta familia, la peripecia de esta familia, depende de este señor. Van en contrapunto las dos historias.
La novela tiene, pues, dos citas: “¿Qué es el infierno? El infierno comienza cuando los actos sencillos y necesarios de la vida se tornan monstruosos. Ahora es temible caminar, respirar, ver, pensar” (Howar Fast). La otra cita dice lo siguiente: “La Patria no es un término geográfico o literario, sino la imagen de hombre vivos” (Eugenio Evtushenko). Además, la novela finaliza con un verso de Alejandro Romualdo, que desgraciadamente no lo tengo a mano, pero la idea es esta: “Si tú pintaras tu país color de rosa, ellos seguramente dirán que eres un buen pintor”.
(Aplausos)