Trotsky recuerda su primer encuentro con Lenin
Hoy se cumplen 150 años del nacimiento de Vladimir Ilich Ulianov(1870-1924), Lenin, una de las figuras capitales de la historia del siglo XX, personaje sin el cual se puede concebir la Revolución rusa y el impacto que causó en el mundo entero. Otro de los personajes claves de la Revolución fue León Trotsky (1879-1940), quien evoca en el siguiente texto su primer encuentro con Lenin.
Llegué a Londres el otoño de 1902. Sería el mes de octubre y muy temprano a la mañana. Gesticulando, logré hacerme entender por un cochero y el coche me condujo a una dirección que tenía escrita en un trozo de papel: era mi destino, la casa de Vladimir Ilich. Antes de ir a Londres (quizá en Zurich) me habían informado que debía golpear un cierto número de veces con el anillo de la puerta. Si no recuerdo mal, fue Nadejda Konstantinovna [Krupskaia] quien me abrió; debe haber saltado de la cama, supongo, por el ruido que hice. Era muy temprano y cualquier hombre más experimentado, más acostumbrado a los buenos hábitos de la civilización, hubiera esperado tranquilamente en la estación un par de horas antes de golpear la puerta, se podría decir a la madrugada, en una casa desconocida. Pero yo me encontraba aún bajo la impresión de mi fuga de Verjolensk. De la misma forma, o casi, había invadido el departamento de Axelrod en Zurich, sólo que no al alba sino a la medianoche.
Vladimir Ilich se hallaba aún en la cama y, en su cara, la amabilidad se matizaba con una justificada sorpresa. En estas condiciones se realizó nuestro primer encuentro y nuestra primera conversación. Vladimir Ilich y Nadejda Konstantinovna ya tenían noticia de mí por una carta de Clara (M. G. Krjijanovsky), quien me había introducido oficialmente en Samara a la organización de Iskra bajo el nombre de “Péro” (la Pluma). Por eso Nadejda Konstantinovna me recibió así: “Ha llegado ‘Péro’...”.
Creo recordar que me dieron el té en la cocina. Mientras, Lenin se vestía. Les expliqué mi fuga y me quejé del mal funcionamiento de la organización fronteriza de Iskra: estaba en manos de un estudiante de “gimnasio” socialrevolucionario, que no tenía grandes simpatías por la gente de Iskra desde que sostuvo con ella una dura polémica; además los contrabandistas me habían robado sin compasión, aumentándome todas las tarifas y tasas. Entregué a Nadejda Konstantinovna un conjunto bastante modesto de direcciones y lugares de citas, o para ser más exacto, de informaciones sobre la necesidad de suprimir algunas direcciones que no tenían ningún valor. Por orden del grupo de Samara (Clara y otros) había visitado Karkov, Poltava y Kiev, y en casi todas partes, o en todo caso en Karkov y Poltava, pude darme cuenta del estado defectuoso de las relaciones entre las organizaciones.
No recuerdo si fue esa mañana o al día siguiente cuando di un prolongado paseo por Londres en compañía de Vladimir Ilich. Me mostró la abadía de Westminster (por fuera) y otros edificios famosos. No recuerdo lo que dijo, pero puso en su frase este matiz: “Este es su famoso Westminster”. Este “su” no aludía a los ingleses, sino al enemigo. Este matiz no era enfatizado, sino profundamente orgánico, expresado sobre todo por el timbre de la voz, se encontraba siempre en Lenin cuando hablaba de valores culturales o de nuevas conquistas, se tratase del edificio del Museo Británico, de la riqueza informativa del Times o, unos años más tarde, de la artillería alemana o la aviación francesa: ellos saben, ellos poseen, o ellos han hecho o ellos han obtenido, ¡pero siempre como enemigos! Una sombra imperceptible, la de la clase de los explotadores, parecía proyectarse frente a sus ojos sobre toda la cultura humana y esta sombra la sentía tan evidente como la luz del día.
No recuerdo haber prestado entonces mucha atención a la arquitectura de Londres. Saltando bruscamente de Verjolensk al extranjero, donde me encontraba además por primera vez, sólo tomaba de Viena, París y Londres unas primeras impresiones muy sumarias, sin dar importancia a “detalles” como Westminster. Como es obvio, por otra parte, Vladimir Ilich no me había invitado a pasear para esto. Se proponía conocerme y examinarme.
El examen abarcó, en verdad, todos “los puntos de la asignatura”. Contestando a sus preguntas, le respondí describiendo la composición del contingente exiliado sobre el [río] Lena y las agrupaciones internas que allí se delineaban. La gran línea divisoria entre las tendencias se definía entonces alrededor de las opiniones que se tenía sobre la lucha política activa, el centralismo de la organización y el terror.
—Bien, ¿pero hay divergencias teóricas con relación a la doctrina de Bernstein? —me preguntó Vladimir Ilich.
Le dije que habíamos leído el libro de Bernstein y la réplica de Kautsky en la prisión de Moscú y luego en el destierro. Entre nosotros, ningún marxista levantaba su voz a favor de Bernstein. Considerábamos axiomático, por así decirlo, que Kautsky tenía razón. Pero no vinculábamos los debates teóricos que se realizaban entonces a nivel internacional con nuestras propias discusiones sobre organización política; nunca habíamos pensado en ello, al menos hasta que en el Lena aparecieron los primeros números de Iskra y el folleto de Lenin ¿Qué hacer?
Le dije, sin embargo, que habíamos leído con gran interés los folletos filosóficos de Bogdanov; Vladimir Ilich me respondió, recuerdo muy claramente el sentido de su observación, que el folleto sobre el punto de vista histórico en la contemplación de la naturaleza le parecía también muy valioso, pero que Plejanov no lo aprobaba sosteniendo que no era materialista. Vladimir Ilich no tenía entonces opinión propia sobre esto; repetía sólo el juicio de Plejanov como reconocimiento de su autoridad filosófica pero también con inseguridad. Las opiniones de Plejanov también me sorprendieron mucho.
Le hice preguntas a Lenin sobre las cuestiones económicas. Le dije cómo en la prisión de traslado de los deportados, en Moscú, habíamos estudiado en grupo su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia y que, en Siberia, habíamos trabajado con El Capital, pero que nos habíamos quedado detenidos en el Tomo II. Recordé la enorme cantidad de datos estadísticos reunidos en El desarrollo del capitalismo.
—En la prisión de Moscú, hemos hablado más de una vez con admiración de este trabajo gigantesco.
—Sí, ciertamente, no es una obra hecha en un instante —respondió Lenin.
Le complacía, evidentemente, que los jóvenes camaradas estudiaran con cuidado su obra económica más importante.
Luego hablamos de la “doctrina” de Mijaisky, de la impresión que había producido entre los deportados, en aquellos más o menos numerosos que ella había podido seducir. Le conté que el primer cuaderno mimeografiado de Mijaisky nos había llegado “de un alto lugar” del Lena, y que nos había causado una fuerte impresión a la mayoría de nosotros por su crítica violenta al oportunismo socialdemócrata; en este sentido se hallaba en consonancia con la marcha de nuestros propios pensamientos, determinada por la polémica entre Kautsky y Bernstein. El segundo cuaderno, en el que Mijaisky “desenmascaraba” las fórmulas marxistas sobre la producción presentándolas como una justificación teórica de la explotación del proletariado realizada por los intelectuales, nos había indignado y desconcertado. Finalmente, el tercer cuaderno —que recibimos más tarde—, con su programa positivo en el cual las supervivencias del “economicismo” se conciliaban con un embrión de sindicalismo, nos provocó la sensación de una absoluta inconsistencia.
Cuando comenzamos a hablar sobre mi futuro trabajo, la conversación se limitó a generalidades. Yo quería, ante todo, familiarizarme con lo que se había publicado recientemente y luego pensaba volver clandestinamente a Rusia. Se decidió que comenzara por “situarme” un poco.
Nadejda Konstantinovna me halló hospedaje en la casa donde vivían Zasulich, Martov y Blumenfeld, quien dirigía la impresión de Iskra. Se me cedió una habitación vacía. El tipo de casa era el habitual en Inglaterra: no se extendía horizontalmente sino en sentido vertical; en el piso inferior vivían los propietarios y en los superiores los inquilinos. Quedaba aún una habitación libre que servía de sala común, a la que Plejanov después de su primera visita bautizó como “la guarida”. En este bazar, en parte por culpa de Vera Ivanovna Zasulich, pero también con la complicidad de Martov, reinaba un gran desorden. Allí tomábamos el café, sosteníamos largas pláticas, fumábamos, etcétera. De ahí el sobrenombre de este antro.
Así empezó el breve período de mi vida que pasé en Londres. Devoraba con avidez los últimos números de Iskra y los folletos de Zariá. Por entonces comencé también mi colaboración con Iskra.
Fuente: León Trotsky, Lenin (compilación), Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones "León Trotsky", Buenos Aires, 2009, pp. 216-219.
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