Evocación de Enrique Camino Brent
Hoy se cumplen 60 años de la muerte de Enrique Camino Brent. El pintor y arquitecto nació en 1909 y falleció a las cuatro de la tarde del viernes 15 de julio de 1960, a los 50 años. Alumno precoz de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima, destacado discípulo y amigo de José Sabogal, viajero permanente, asiduo a la Peña Pancho Fierro, este amante del Perú se fue tempranamente, dejando una amplia obra pictórica. Estuvo casado con la escritora María Rosa Macedo (1909-1991), con quien tuvo su único hijo: Federico Camino Macedo, nacido en Puno, en 1938, quien evoca, en el siguiente texto, la figura de su padre.
Resulta particularmente difícil escribir sobre el padre que uno ha tenido, más aún si se trata de alguien tan poco convencional como el que tuve.
Los primeros recuerdos nítidos me llevan a oírlo leerme en las noches, con su voz ronca y pausada, la biografía de sir Francis Drake de Saint Cross, en la casa grande de la avenida Arequipa. Le interesaba el mundo de corsarios y piratas que más de una vez pintó. Poseía una auténtica pistola de chispa, de las que usaban los piratas y corsarios.
Mi padre fue un enterado coleccionista de monedas peruanas y llegó a tener una de las colecciones más completas del medio. Actualmente esa colección está en el Banco Continental. Fue uno de los fundadores de la Sociedad Numismática del Perú y diseñó su escudo.
Era aficionado a las antigüedades y logró hacer de su taller en la calle Burgos en San Isidro, al cual llamábamos “el estudio”, un lugar de cerraduras antiguas, tallas coloniales, baúles repujados, bargueños, lámparas de diversas épocas, infinidad de ceramios precolombinos, en especial una colección de huacos eróticos, así como una importante biblioteca, en su mayoría de libros de arte. Fue además uno de los primeros coleccionistas y divulgadores del arte popular en el Perú.
Había diseñado y construido su estudio en la década del cuarenta, cuando recién habían urbanizado la zona, que estaba todavía rodeada de campos de cultivo. Las rejas del enorme ventanal interior de su estudio y las lajas del piso eran del Monasterio del Prado que acababan de derruir. Esas lajas habían sido el lastre con el que venían al Callao, en la época del Virreinato, las embarcaciones de España que luego se regresaban cargadas de productos de la colonia.
Había estudiado arquitectura en la Escuela de Ingenieros y cuando le faltaba poco para terminar sus estudios, el gobierno cerró las universidades y escuelas superiores por varios años. Cuando se reabrieron, ya no le interesó culminar su carrera.
Diseñó, sin embargo, muchas casas en Lima, así como la casa hacienda Montesierpe y las edificaciones que la rodean. Es un enorme complejo que parece salido de uno de sus cuadros. Diseñó también la capilla del Politécnico José Pardo en la avenida Grau, que todavía se conserva.
Había egresado en 1932 de la Escuela de Bellas Artes con el primer premio y enseñó allí entre 1937 y 1943, año en el que, con un gripo de profesores, renunció cuando José Sabogal fue cesado del cargo de director.
Enrique Camino fue un infatigable viajero que recorrió innumerables veces el Perú. Tuvo una larga estadía en España y Marruecos, países que lo habían deslumbrado.
Era disciplinado y metódico hasta en su bohemia y en todos los aspectos de su vida. Hombre de costumbres, no dejaba de ir todas las tardes a su estudio de Burgos, así no pintara.
Tenía muy buen carácter y poseía un gran sentido del humor. Le decía a mi madre que él no podía ser Demócrata Cristiano, como ella, pues él era Demócrata Musulmán.
Para terminar, un incidente que sin duda habla más de lo que dice.
Tenía la costumbre de dejar la puerta de calle de su estudio entreabierta (obviamente eran otras épocas) y en consecuencia cualquiera podía entrar con solo empujar la puerta.
Una tarde, en compañía de mi amigo Carlos Boggiano, lo fui a visitar. Empujamos la puerta y entramos. Había un silencio total. El ingreso a la enorme habitación, que ocupaba casi la totalidad del estudio y que tenía un techo de doble altura, no era directo, sino que había un pasadizo que daba al gran cuarto.
Lo primero que vimos fueron sus gatos que se desplazaban con lenta agilidad.
Cuando llegamos al inmenso cuarto central, en el fondo y sentado junto a una mesa, vi a mi padre que tenía la cabeza ladeada, apoyada en uno de sus puños y mirada al vacío. Su cara estaba transformada por una dolorosa expresión de preocupada melancolía que la hacía casi irreconocible.
En cuanto nos vio, y en cuestión de segundos, su cara recuperó su habitual semblante risueño y calmado. Se paró y nos recibió con cordialidad y agrado por nuestra sorpresiva visita.
Aprovechando un momento en que le enseñaba a mi amigo ya no recuerdo qué, me acerqué a la mesa donde había estado y mi sorpresa fue grande cuando vi que había estado leyendo El extranjero de Camus. El libro estaba abierto y seguramente momentos antes de nuestra llegada había suspendido la lectura, sin duda devastado por lo que estaba leyendo.
Así era mi padre.
Fuente: Federico Camino, "Enrique Camino Brent", en Enrique Camino Brent. Ayacucho, 1959-1960, Lima, Dirección de Actividades Culturales de la Pontificia Universidad Católica del Perú/Lluvia Editores, 2018, pp. 15-17.